Como si se hubiera encomendado a satisfacer, con sus procreaciones efímeras, la transcripción literal de lo que sería serio, tuve que desgajar la compulsión hasta que el brillo se aleccionó y, con la pena inmóvil, se tuvo que acceder a la primera turbulencia sin que antes se le manifestara su primordial interés en el presidio sacerdotal.
Por tales motivos, y gracias a la comprensión lineal de la forma, he detenido la batalla hasta rememorar el incauto gobierno que se ha acaecido con borlas y suculentos trotes hasta descansar en los brazos alegóricos de mi propia timidez. El negocio es lacrado con sellador y se le advierte que será ínfimo mucho antes de que la gloria se le carcoma por entre los dientes.
El falo socrático posee mayores tiznes que su propia oración y, gracias a la compensación ilusoria de lo vano, hubo de multiplicarse hasta las nueces, so pena de morir de asco dentro de un diccionario de la lengua anglosajona.
No hay nariz más inacuta que el gobierno propio de la auscultación ignorada por los primeros hombres. Aquí se le pone un verso de puntillas y ya adquiere mental signatura desde que el romero se le escabulló y dizque pretenda salir de los primeros diálogos, ya podrá esconderse por debajo de las aceitunas o por detrás de sus pesadillas.
En todo caso, el comentario tiende a relacionarse con aquello que le dota de pinza y que no es más pulcro que su propio vaso de agua. La cegación de un comentario es precisa para el renovamiento espiritual de la especie. No hay doctos ni hombres, señorías, en las haciendas, que se hayan catalogado en los suculentos libros de recriminaciones tiempo antes de las formaciones gaseosas de sus propios fustes y vinagretas.
Por lo mismo, seccionar el cadáver en su parte instantánea no puede rememorarse antes de que el gobierno mismo de su propia simiez se le advenga en primordiales trotes o en hallazgos pulcros por debajo de la similitud acuática de aquello que podrá-ser.
El cantábrico tiende a diseminarse en primeras voces y ya están listas las señoritas con sus empuñaduras y los ocasos debajo de sus pantorrilas para que el goce lunar les sea confabulado o ennervado por su propio crimen o seno adjunto.
El llano se alimenta de frases célebres y ya tiende a volver con sus coces al ruedo;le atora, le agalla, le rifla, y con el incauto entrometido, se le asiente.
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